Language: Spanish
Hoy haciendo limpieza de disco duro, he encontrado este borrador que empecé a escribir con Jose M. Sallan en septiembre de 2012. Normalmente cuando veo un artículo no publicado, y del que ha pasado tanto tiempo, los acabo archivando en una carpeta de “opiniones descartadas”. Pero, la pausa de un sábado por la mañana me ha dado tiempo a leer lo que había medio escrito y medio revisado mi compañero. Una vez leído, aunque el texto no está muy bien estructurado y claro, me he dado cuenta que lo que describe sigue más vigente aún que hace tres años. Un buen ejemplo actual, de lo que a continuación recuperaré, es la interpretación que ha vuelto a dar el ministerio al Real Decreto-ley 10/2015, de 11 de septiembre, que modifica la Ley Orgánica de Universidades que contempla el acceso al cuerpo de Catedráticos CU mediante la promoción interna. Esta interpretación constituye un nuevo ataque directo al modelo globalmente pactado (partidos, sindicatos, universidades) del sistema propio de las universidades públicas catalanas (de ello, ya me referiré en posteriores artículos). A mi entender, este modelo basado en la LOM/LOU perpetua una sistema de carrera académica totalmente equivocado por las posibilidades reales de nuestra economía y más orientado a ciertos intereses, que a la calidad del sistema.
Sin que el texto esté refinado, en septiembre de 2012 empezamos a escribir este borrador titulado “Cuando la Ley asfixia la universidad”, que quedó olvidado en algún directorio y que hoy sin darle muchas vueltas me animo a publicar.
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Desde que empezamos a tomar conciencia oficialmente de que estábamos en crisis, la situación económica y financiera de las universidades se ha ido degradando. Hemos vivido un escenario político en materia de universidades que nos atreveríamos a calificar de muy preocupante, no tan solo en lo económico, sino también en lo legislativo, afectando profundamente a la estructura organizativa de la universidad.
Por un lado, la obsesión política por controlar la universidad nos ha abocado a un laberinto legislativo, que a día de hoy pocos profesionales dominan en plenitud. Por otro, se ha desarrollado todo un sistema intervencionista excesivamente burocratizado. A su vez los voceros políticos, que supuestamente intentan mejorar la universidad, atacan los mismos temas recurrentes de siempre día sí día también, de izquierda a derecha, alimentándose en espiral [1]. Todo ello, desde un simplismo preocupante, que acaba desembocando como la gran solución política en la palabra clave llamada gobernanza y/o endogamia. Una gobernanza que no mejorará el gobierno de las universidades, dado que el laberinto legislativo hace inviable cualquier mejora sustancial. Y una endogamia que no es uniforme en todas las universidades y que no es exactamente lo que nos venden en distintos foros interesados. Desde una perspectiva de gestión, solo se justifica este cambio de modelo, en esa obsesión intervencionista política sobre las universidades y a los sueños de algunas élites políticas, empresariales y también universitarias, que estrechan lazos con el mayor sigilo posible.
Exponer ejemplos resulta sencillo y a su vez sería tal su extensión que se hace difícil detallar en un solo artículo. Por ejemplo el Real Decreto-ley 14/2012 cuya ejecución en términos de dedicación del profesorado ha sido inaplicable, una Ley de la Ciencia que sigue sin desplegarse en la mayoría de universidades. Todo ello hace que en la universidad convivan una amplia variedad de categorías profesionales y contratos con similar responsabilidad, pero con una elevada dispersión de estabilidad y sueldo; desembocando en un sistema altamente precario para unos, y estable para otros. Dicha suerte o mala suerte, depende casi exclusivamente de las casualidades temporales, con independencia de su rendimiento a lo largo del tiempo. A su vez, se exige a los académicos el triple milagro de la excelencia en docencia, investigación y transferencia por igual (además de la gestión), añadiendo la complejidad de que en los últimos años han cambiando constantemente las reglas de juego y exigido más por menos, lo que provoca un menor compromiso organizativo y un mayor individualismo.
Ante esta y muchas otras problemáticas es normal que cuando hablas con empresarios, que no tienen intereses económicos específicos en la universidad, compren con facilidad que el problema es su modelo de gobierno, y a similitud de algunas empresas altamente jerarquizadas, crean que imponiendo una dirección fuerte se podrían solucionar todos los problemas. Evidentemente, todos nos hacemos una visión de lo desconocido a partir de lo que conocemos, y por lo tanto su reacción es totalmente lógica, pero alejada de la realidad. A día de hoy gestionar una universidad pública, ya sea mediante un rector electo o no, adolece de una insuficiente capacidad de reestructuración organizativa, no porque no se pueda consensuar con la comunidad universitaria o con los diferentes cargos electos, sino porque una vez consensuados la mayoría de veces son inaplicables desde el punto de vista legal. En materia de organización del trabajo, creemos que sería difícil encontrar una universidad que no tenga o haya tenido personal en fraude de ley, o grupos de investigación que pierden a algunos de sus mejores investigadores, no tan solo por la asfixia producida por la falta de financiación a la ciencia, sino por los caprichos intervencionistas gubernamentales en materia de contratación.
Por otro lado, en términos más cercanos a la práctica de la gestión, algunos caen en el simplismo que dirigir una organización intensiva en conocimiento -donde mayoría de su personal tiene estudios universitarios, su profesorado debería estar doctorado y donde abundan los lazos con la política, la empresa y los movimientos sociales- es como dirigir una fábrica de producción estandarizada y semi-automatizada al estilo taylorista. La complejidad, sino es mayor, puede ser cuando menos peculiar, y pesar de los extraordinarios esfuerzos realizados por su personal en los últimos años, una amalgama de tuberías legislativas y la carencia de combustible económico están mermando su rendimiento de una manera alarmante.
Sin la adecuada financiación y una apuesta clara por invertir en investigación, así como una disminución del intervencionismo político materializada en una mayor autonomía universitaria que rinda cuentas con transparencia y con objetivo claros a medio plazo, permitiendo resolver los problemas de organización del trabajo básicos que padece la universidad, difícilmente detendremos el deterioro de nuestras universidades públicas que juegan un papel fundamental en el desarrollo de todo el tejido productivo y social; y que por tradición y cultura académica, el sector privado difícilmente podrá a corto plazo suplantar.
[1] Hay muchos artículos que atacan el modelo de gestión universitario o la endogamia, aquí sin mucha exhaustividad añado dos ejemplos:
ara que el començo a llegir a vostè...i m'interessa...estaria bé que re-escribis auest article amb propostes amb més precisions i exemples . Salut
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